Microagresiones

Acabo de hacerme el café de recién levantado y me he topado con la novedad del tapón de leche unido al plástico del cartón. He recordado el concepto de microagresión.

Defino microagresión como una pequeña o relativamente pequeña molestia seguramente inevitable y normalizada en nuestra sociedad moderna. Por sí sola no supone o no debería suponer ningún problema pero unida a muchas similares comienzan a crear un ambiente de una toxicidad notable y significativa. Quizá la burocracia pueda considerarse microagresión o quizá no tan micro a juzgar por las protestas y tractoradas del sector agrícola de las últimas semanas. Que se nos muera un familiar y tener que hacer una montaña de papeleos que pueden estar molestando años entra dentro de mi concepto de microagresión pero creo que muchos estaremos de acuerdo en que micro micro no es. De hecho, existe el concepto de violencia administrativa o violencia burocrática. Que una persona mayor tenga que usar un cajero automático, muy micro tampoco es. Que no podamos hacer algo con el móvil porque no está actualizada tal o cual app, es una microagresión. Que se acabe la tinta amarilla de la impresora y no podamos imprimir nada aunque sólo usemos la negra, es una microagresión. La obsolescencia programada a los niveles absurdos que sufrimos, es una microagresión. El kilo de Colacao de 760 gramos es una microagresión. Las mil claves, la doble autenticación, los captcha ilegibles,… son microagresiones. Ir al taller con tu coche por un ruidito, que te salga una cadena de averías por valor de un par de miles de euros y con un diseño mecánico que no puedes asumir tu mismo sino que hace falta una infraestructura específica para esa marca concreta y salvar ciertas medidas de seguridad del fabricante para evitar que sean reparados por técnicos ajenos… es microagresión. Que queramos leer una noticia y nos encontremos con una maraña de ventanas para aceptar cuquis, recibir notificaciones, suscribirnos y publicidad para descubrir que la noticia es de pago, es una microagresión. Tener que pagar para evitar estos problemas que generan supuestas soluciones a otros problemas, es una microagresión… o más bien es la lógica del sistema económico que se enriquece de ello.

Una microagresión puede parecer un drama del primer mundo y lo es. Es producto de una sociedad hipercompleja, artificial, sobreestimulante, tecnológica, invasiva,… tóxica, sí. Por sí solas no son nada pero en conjunto pueden suponer el mismo estrés y sensación de amenaza que un tigre dientes de sable. Desde la pandemia sabemos lo qué son las cadenas de suministro y los problemas que suponen para un sistema de producción y consumo tan complejo como el nuestro. Es un esquema muy similar a la acumulación de problemas y cuellos de botella que van asociados a estas microagresiones. Un hecho insignificante puede concatenar una serie de problemas y dificultades que arruinen el día o incluso el trabajo o la mera existencia por semanas.

Personalmente no puedo evitar encuadrar este tema dentro de la desnaturalización del ser humano en nuestro contexto socioeconómico y tecnológico modernos, un medio ambiente tan alejado del que acogió la evolución de nuestra especie que habría extinguido a cualquier otra… de hecho la expansión humana y por tanto la generalización de ese medio ambiente está logrando eso, extinguir especies a mansalva. Se habla siempre mucho de que el éxito de nuestra especie se debe a nuestra inteligencia que nos dota de una gran capacidad de adaptación. Estaremos de acuerdo en que en algún punto de la historia el ser humano ya no tanto se adaptaba al medio sino que modificaba el medio para que se adaptara a él.

El neolítico supuso una pérdida de esperanza de vida por el cambio de las condiciones de vida y alimentación que no se recuperó hasta el siglo XIX. Parece ser que la media total era más baja pero si se excluye la mortalidad infantil resulta similar a la esperanza de vida de la revolución industrial. Los cereales pasaron a ser un mucho más relevantes en la alimentación con lo que implica a nivel de patologías. A estas alturas postpandémicas, deberíamos saber todos que lavarse las manos para reducir contagios es un descubrimiento de precisamente mediados del siglo XIX que salvó millones de vidas desde ese momento. En esos mismos años se descubría también que las condiciones de vida básicas como el acceso a agua potable, alcantarillado y una mínima limpieza en las viviendas y las calles tenían efectos fundamentales sobre la salud de la población. Este último descubrimiento tenía que ver con las condiciones de las ciudades donde se acumulaban grandes masas de migrantes rurales para trabajar en las fábricas de la Revolución Industrial. Las ciudades han sido siempre un lugar de fácil contagio de enfermedades por pura lógica del número de personas, dinámicas, interacciones, distancias y nodos de comunicación y transporte a nivel regional. La especialización del trabajo supuso la aparición de enfermedades relacionadas con la actividad que, con una mayor diversidad de tareas, no serían relevantes. El aumento de determinadas actividades físicas y la reducción de otras llevó a cambios en la incidencia de patologías.

Cada paso que hemos dado para alejarnos de nuestro contexto evolutivo durante millones de años ha sido un paso que ha alejado a nuestro diseño del contexto en que funciona de forma óptima. Al modo de las cianobacterias, nuestra capacidad de expansión y adaptación ha estado generando las posibles causas de nuestra extinción o, cuanto menos, de nuestro deterioro de salud. La acumulación de microagresiones es equivalente a la acumulación de tóxicos que además interactúan entre sí potenciándose y multiplicando los problemas que nos causan a nosotros y al medio ambiente que nos sustenta.

Se que no es algo generalizado pero muchas de las personas de mi contexto creen que todo avance material que literalmente nos venden en el presente es una estafa que generará más problemas en el futuro y esto a su vez más ventas de soluciones. El futuro ya no es lo que era y además provoca bastante ansiedad y nausea. Incluso hay quienes pensamos que un colapso global es mejor que la distopía que ya se perfila claramente.

Los cartones de leche con sus tapones de plástico o, mejor dicho, los envases plastificados de leche deberían dejar de existir para enriquecer al lobbie sin sentido del reciclaje y volver al método de los envases retornables.

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